INTRODUCCIÓN
Calvino, en su excelente
clasificación de la ley en sus Comentarios
de los cuatro últimos libros de Moisés arreglados en forma de armonía, cita
Deuteronomio 18: 9-22; 13: 1-4;
Levítico 18:21; 19:26, 31; y Deuteronomio 12: 29-32 como básicos para el primer mandamiento. Estos pasajes
tienen que ver con el esfuerzo del hombre
de conocer y controlar el futuro. Puesto que Dios es el Señor, Hacedor
del cielo y de la tierra, y el
que determina todas las cosas, todo esfuerzo por conocer y controlar el futuro fuera de Dios es levantar
otro dios en desprecio al Señor. Moisés
cita todas las formas ilícitas de adivinar el futuro:
Cuando entres a la tierra que
Jehová tu Dios te da, no aprenderás a hacer según las abominaciones de aquellas
naciones. No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el
fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero,
ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es
abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas, y por estas
abominaciones Jehová tu Dios echa estas naciones de delante de ti. Perfecto
serás delante de Jehová tu Dios.
Porque estas naciones que vas a
heredar, a agoreros y a adivinos oyen; mas a ti no te ha permitido esto Jehová
tu Dios (Dt 18: 9-14).
Y no des hijo tuyo para ofrecerlo
por fuego a Moloc; no contamines así el nombre de tu Dios. Yo Jehová (Lv
18:21).
No comeréis cosa alguna con
sangre. No seréis agoreros, ni adivinos (Lv 19: 26).
No os volváis a los encantadores
ni a los adivinos; no los consultéis, contaminándoos con ellos. Yo Jehová
vuestro Dios (Lv 19: 31).
Cuando Jehová tu Dios haya
destruido delante de ti las naciones adonde tú vas para poseerlas, y las
heredes, y habites en su tierra, guárdate que no tropieces yendo en pos de
ellas, después que sean destruidas delante de ti; no preguntes acerca de sus
dioses, diciendo: De la manera que servían aquellas naciones a sus dioses, yo
también les serviré.
No harás así a Jehová tu Dios; porque
toda cosa abominable que Jehová aborrece, hicieron ellos a sus dioses; pues aun
a sus hijos y a sus hijas quemaban en el fuego a sus dioses. Cuidarás de hacer
todo lo que yo te mando; no añadirás a ello, ni de ello quitarás (Dt 12: 29-32).
El comentario de Calvino sobre
Deuteronomio 18: 9-14 va al meollo del asunto: Moisés deja bien claro en este
pasaje lo que es tener otros dioses, es decir, mezclar la adoración de Dios con
cosas profanas, puesto que su pureza se mantiene solo al expulsar de ella toda
superstición foránea. La suma, por consiguiente, es que el pueblo de Dios debe
abstenerse de todas las invenciones de los hombres, por las que se adultera la
religión pura y sencilla.
Igualmente de pertinente es la
observación de otro comentarista: Moisés agrupa todas las palabras que el
lenguaje contenía sobre los diferentes modos de explorar el futuro y descubrir
la voluntad de Dios, con el propósito de prohibir toda forma de adivinación, y
pone la prohibición de la adoración a Moloc a la cabeza, para mostrar la
conexión interna entre la adivinación y la idolatría, posiblemente debido a que
el pasar a los hijos por fuego en el culto a Moloc estaba más íntimamente
vinculado con la adivinación y la magia que cualquier otra forma de idolatría.
Se cita una amplia variedad de
prácticas. Un «encantador» es alguien que susurra o que encanta serpientes; un
brujo, alguien que usa augurios o conjuros; un mago, es el que aduce conocer
los secretos del otro mundo; el que consulta a los muertos, es el que dice
hablar con los muertos, y así por el estilo. Pero el mal clave es la adoración
a Moloc.
La palabra Moloc (o Melec, Melek,
Malic), quiere decir rey, y es
una pronunciación equívoca del nombre de un pagano, en la que se retenían las
consonantes de rey y se usaban
las vocales de la palabra vergüenza. Se
hacía sacrificios humanos a este dios, al que se le identifica como el dios de
Amón en 1ª Reyes 11: 7, 33. Hay referencias a Moloc en Jeremías 49: 1, 3; Amós
1: 15; Sofonías 1:5; Levítico 18: 21; 20: 2-5; 2ª Reyes 23: 10; Jeremías 32:35,
etc., y el lugar de adoración a Moloc en Israel era el valle de Hinón (Jer 32:
35; 2ª R 23: 10). La adoración a Moloc no se limitaba a Amón.
Moloc es «el rey» o «la realeza».
El nombre de Moloc también se da como Milcom, (1ª R 6: 5, 33; Jer 49: 1, 3; Sof
1: 5). Moloc era una faceta de Baal (Jer 32:35), y Baal quiere decir señor.
Bajo el nombre de Melcart, rey de Tiro, se adoraba a Baal con
sacrificios humanos en Tiro.
Se conoce relativamente poco de
Moloc. Mucho más se sabe del concepto de la realeza divina: el rey como dios, y
el dios como rey, como enlace humano y divino entre el cielo y la tierra. El
dios rey representaba al hombre en una escala más alta, el hombre ascendido, y
la adoración de tal dios, o sea, de tal Baal,
era la aseveración de la continuidad del
cielo y la tierra. Era la creencia de que todos los seres eran un solo ser, y
que el dios por consiguiente era un hombre ascendido en esa escala de ser. El
poder manifestado en el orden político era pues una manifestación o aprehensión
y apoderamiento del poder divino. Representaba el triunfo de un hombre y su
pueblo. La adoración a Moloc, pues, era una religión política.
Puesto que Moloc representaba
realeza y poder, los sacrificios a Moloc representaban la adquisición, por lo
menos, de inmunidad como seguro y protección, y, en su instancia más elevada,
de poder. Los sacrificios «más altos» del paganismo, y especialmente en la
adoración a Baal, eran sacrificios de la humanidad, o sea, automutilaciones,
notablemente el castrado, el sacrificio de los hijos y de la descendencia, y
cosas parecidas.
El sacerdote llegó a
identificarse con el dios al grado en que «se apartaba» de la humanidad
mediante su castración, su separación de las relaciones humanas normales, y sus
anormalidades. El rey llegaba a identificarse con el dios al grado en que
manifestaba poder absoluto. El sacrificio de niños era el sacrificio supremo a
Moloc. La adoración a Moloc entró en Israel cuando Salomón edificó un altar a Moloc
para sus esposas extranjeras, las amonitas en particular.
Al parecer, Salomón limitó el
alcance sacrificial de ese altar, porque muchas generaciones pasaron antes del
primer sacrificio humano, pero el acto de Salomón (1ª R 11: 7, 8) había
introducido en Israel el culto.
La adoración a Moloc era por
tanto adoración al estado. El estado era el orden verdadero y supremo, y la
religión era un departamento del estado. El estado demandaba total jurisdicción
sobre el hombre; tenía, por consiguiente, derecho al sacrificio total. T. Robert Ingram, en su excelente estudio de
la ley casi el único trabajo meritorio sobre la ley en generaciones,
correctamente vincula el primer mandamiento a la prohibición del estatismo y el
totalitarismo.
Hablando del «gobierno que se
arroga todo el poder y no se postra ante nadie», Ingram comenta: La palabra
moderna que encaja con tal gobierno es totalitario: un gobierno que se arroga
poder total. La meta cúspide de Satanás es tener un gobierno mundial totalitario.
Nosotros, que hemos conocido algo del Dios Creador sabemos que el poder total
puede residir solo en él. Claro, el hacedor de todo es mayor que todo lo que
hace.
La misma posibilidad de un
monstruo Frankenstein, una creación de manos humanas que pueda destruir a los
humanos y no ser destruida por ellos, es una imagen falsa de una razón
distorsionada. Presupone un genio sobrenatural perverso que engaña a los
hombres haciéndoles pensar que han hecho algo cuando en realidad no han sido
sino agentes pasivos de un poder desconocido. El alfarero puede hacer lo que
quiere con su barro.
Es cierto que lo máximo en
supremacía, el poder más grande que hay, es el poder de dar existencia a todo
lo que es. Solo Dios no le debe su existencia a nadie y tiene existencia eterna
en sí mismo. La sola posibilidad de un poder total que reside en alguna parte
nos obliga a reconocerlo en el Creador. El poder total no puede ubicarse en
ninguna otra parte.
Cualquier persona que rehúsa
reconocer que todas las cosas fueron hechas (y de aquí que hay un Hacedor)
descarta toda consideración del hecho de que el poder total existe en alguna
parte. Por tanto podemos decir que lo mismo para los cristianos que para los
que no son cristianos no hay una manera razonable de establecer poder total en
otra parte que no sea en el Creador de todas las cosas. Aparte de él, todo
poder es dividido y por consiguiente limitado.
El que un estado se adjudique
jurisdicción total, como lo hace el estado moderno, es aducir ser como dios,
ser el gobernador total del hombre y del mundo.
En lugar de ley limitada y
jurisdicción limitada, el estado anticristiano moderno demanda jurisdicción de
la cuna al sepulcro, del vientre a la tumba, sobre beneficencia, educación,
adoración, familia, negocios y agricultura, capital y mano de obra, y todo lo
demás. El estado moderno es un Moloc que exige adoración a Moloc, que demanda
jurisdicción total sobre el hombre y por tanto sacrificio total.
Pero, como Ingram observa, con
respecto a la adoración, «solo el poder que hay que adorar puede ordenar la
manera en que se le debe adorar». De modo similar, solo el poder que es supremo
tiene el derecho de ser la fuente de la ley.
Dios es la única fuente verdadera de la ley; el estado
es una agencia de ley, una agencia
entre muchas (iglesia, escuela, familia, etc.), y tiene un aspecto específico y
limitado de ley para administrarla bajo Dios. El Estado Moloc niega tales
límites: insiste en imponer impuestos a voluntad, en expropiar a gusto mediante
«dominio eminente», y se arroga el derecho de obligar a la juventud a la guerra
y a la muerte a voluntad del estado.
El Estado Moloc es producto de la
apostasía. Cuando un pueblo rechaza a Dios como Rey, y hace de un hombre o un
estado su rey (1ª S 8: 7-9), Dios declara las consecuencias:
Así hará el rey que reinará sobre
vosotros: tomará vuestros hijos, y los pondrá en sus carros y en su gente de a
caballo, para que corran delante de su carro; y nombrará para sí jefes de miles
y jefes de cincuentenas; los pondrá asimismo a que aren sus campos y sieguen
sus mieses, y a que hagan sus armas de guerra y los pertrechos de sus carros.
Tomará también a vuestras hijas
para que sean perfumadoras, cocineras y amasadoras. Asimismo tomará lo mejor de
vuestras tierras, de vuestras viñas y de vuestros olivares, y los dará a sus siervos.
Diezmará vuestro grano y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus
siervos. Tomará vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros mejores jóvenes, y
vuestros asnos, y con ellos hará sus obras. Diezmará también vuestros rebaños,
y seréis sus siervos. Y clamaréis aquel día a causa de vuestro rey que os
habréis elegido, mas Jehová no os responderá en aquel día (1ª S 8: 11-18).
Varios aspectos del estado que
rechaza a Dios se citan aquí: Primero,
se instituirá e impondrá una conscripción militar antibíblica. Segundo, habrá batallones de trabajo
obligatorio conscriptos para el servicio del estado. Tercero, la conscripción será de hombres y mujeres jóvenes, y
también de animales. Cuarto, el
estado confiscará la propiedad de tierra y de ganado. Quinto, debido a que el estado está ahora haciendo de dios y
rey, exigirá como Dios un diezmo, una décima parte de la ganancia del hombre
como impuestos. Sexto, Dios no
oirá a un pueblo que se queje por pagar el precio de sus pecados.
Todas estas condiciones las cumplen
y supera el Estado Moloc moderno, que rehúsa contentarse con un diezmo sino que
exige un impuesto igual a varios diezmos.
En algunos países, el impuesto
local exigido es una apropiación increíble. Así, el finado Luigi Einaudi, el
más destacado economista de Italia y ex presidente de la república, calculó
que, si todo el impuesto consignado en los libros de estatutos fuera recaudado,
el estado absorbería el 110% del ingreso nacional».
El Estado Moloc representa el
esfuerzo supremo del hombre por controlar el futuro, predestinar al mundo y ser
como Dios. Aun los esfuerzos menores adivinación, búsqueda de espíritus, magia,
y hechicería son igualmente anatema para Dios. Todo eso representa esfuerzos de
tener el futuro en términos diferentes a los de Dios, tener un futuro aparte de
Dios y en desafío a Dios. Son afirmaciones de que el mundo no es de Dios sino
del poder de facto, y que el hombre puede de alguna manera dominar al mundo y
al futuro yendo directamente a la materia prima del mismo.
En este sentido, el rey Saúl por
fuera se conforma a la ley de Dios al abolir todas las artes ocultas, pero,
cuando enfrenta una crisis, acude a la hechicera de Endor (1ª S 28). Saúl sabía
cómo estaba ante Dios: en rebelión e impenitente. Sabía además lo que decía la
ley y el profeta Samuel en cuanto a él (1ª S 15: 10-35). Samuel vivo le había
declarado el futuro divino.
Al acudir a la hechicera de
Endor, Saúl intentó hablar con Samuel muerto, con la fe y esperanza de que
Samuel muerto estuviera en contacto e informado respecto a un mundo de poderes
fácticos fuera de Dios que pudiera ofrecerle un futuro libre de Dios, y libre
de la ley. Pero la palabra de la tumba solo subraya la palabra ley de Dios (1ª S
28: 15-19). Fue una palabra condenatoria.
Hay que incluir la astrología en
los esfuerzos impíos que no pueden apagar ni soslayar el juicio (Is 47: 10-14).
En Levítico 19:26, se prohíbe la
adivinación y la hechicería en la misma frase junto a comer sangre. La
definición de Davis del significado de la sangre en la Biblia merece que se
cite en pleno como una declaración sucinta del asunto: SANGRE. Fluido vital que
circula por el cuerpo, llevado por un sistema de arterias profundas desde el
corazón a las extremidades, y por un sistema de venas superficiales de regreso
al corazón.
La vida está en la sangre (Lv 17:
11, 14): o la sangre es la vida (Dt 1: 23), aunque no exclusivamente (Sal 104: 30).
La sangre representa la vida, y tan sagrada es la vida delante de Dios que se
pudo decir que la sangre del asesinado Abel clamaba a Dios por venganza desde
la tierra (Gn 4: 10); e inmediatamente después del diluvio se prohíbe que se
coma la sangre de los animales inferiores, aunque se autoriza matarlos para
comer (9: 3, 4; Hch 15: 20, 29), y se establece la ley: «El que derramare
sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada» (Gn 9: 6). La pérdida
de la vida es el castigo del pecado, y el derramamiento de sangre vicario
típico era necesario para remisión (Heb 9:22). Por eso, bajo la ley mosaica se
usaba la sangre de animales en todas las ofrendas por el pecado, y la sangre de
las bestias que se mataban en las cacerías o sacrificadas para alimento se
derramaba y se cubría con tierra, porque Dios la prohibió como consumo del
hombre y la reservó para propósitos de expiación (Lv 17: 10-14; Dt 1: 15, 16).
La «sangre de Jesús», la «sangre
de Cristo», la «sangre de Jesucristo» y «la sangre del Cordero», son
expresiones figuradas de su muerte expiatoria (1ª Co 10: 16; Ef 2: 13; Heb 9: 14;
10: 19; 1ª P 1:2, 19; 1ª Jn 1: 7; Ap 7: 14; 12: 11).
Puesto que la vida la da Dios y
se debe vivir solo en sus términos, ninguna vida de hombre o bestias se puede
quitar excepto en los términos de Dios, sea por el estado, por el hombre para
comer, o por el hombre en defensa propia. Querer gobernar o quitar la vida
aparte de lo que permite Dios, y aparte de su servicio, es intentar gobernar el
mundo y el futuro aparte de Dios.
Por esta razón Levítico 19: 26
pone el comer sangre, la adivinación y la hechicería en el mismo nivel como el
mismo pecado en esencia. Deuteronomio 18: 13 ordena: «Perfecto serás (o
«irreprensible», NVI, «totalmente fiel», PDT, «intachable», LBLA) delante de
Jehová tu Dios». Esto es parte del mandamiento repetido a menudo: «Santos
seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios» (Lv 19: 2; 11: 44; Éx 19: 6;
Lv 20: 7, 26; 1ª Ts 4: 7; 1ª P 1: 15, 16, etc.).
Ser santo quiere decir estar
separado, o sea, separado de un uso común para un uso sagrado. Los utensilios y
vasijas del santuario, los ministros y ciertos días fueron separados para el
servicio de Dios y por consiguiente eran santos (Éx 20: 8; 30: 31; 31: 10, 11;
Nm 5: 17; Zac 14: 21). La contaminación debido a la falta de separación podía
ser ceremonial o física (Éx 22:31; Lv 20:26), o podía ser espiritual y moral (2
Co 7:1; 1 Ts 4:7; Lv 20:6, 7; 21:6).
La santidad de Dios es su
separación de todo ser creado como el ser no creado y creador, infinito en
sabiduría, poder, justicia, bondad, verdad y gloria. La verdadera santidad del
hombre es la separación del hombre para Dios en fe y obediencia a la ley de
Dios. La ley es así el camino especificado de santidad.
LA ADORACIÓN A MOLOC BUSCA UNA FORMA
NO TEÍSTA, NO BÍBLICA, DE ALCANZAR SANTIDAD.
Procura erigirse como poder y
gloria mediante sacrificios diseñados para trascender la humanidad. San Pablo
señal ó algunas de estas maneras de santidad falsa como «prohibirán casarse, y
mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias
participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad porque por
la palabra de Dios y por la oración es santificado» (1ª Ti 4: 3, 5).
Muy a menudo, las sociedades han
sacrificado hombres a fin de dedicar y santificar un edificio, para darle
poder. Escribiendo en 1909, Lawson informó en su estudio del persistente
paganismo en Grecia: «…se informó de Zacintos apenas hace una generación que un
fuerte sentimiento todavía existía allí a favor de sacrificar a un mahometano o
un judío en el cimiento de puentes importantes y otros edificios; y hay una
leyenda de un negro al que en efecto se emparedó en el puente de un acueducto
cerca de Lebadea en Beocia». Strack, al refutar todo ritual racial de sangre
entre los judíos, llamó la atención a las abundantes evidencias de sacrificios humanos
supersticiosos y sacrificios animales en la Europa moderna.
Los esfuerzos del hombre para
controlar el mundo y ser la fuente de la predestinación también conducen a
falsos profetas. La ley que gobierna esto declara: Cuando se levantare en medio
de ti profeta, o soñador de sueños, y te anunciare señal o prodigios, y si se
cumpliere la señal o prodigio que él te anunció, diciendo: Vamos en pos de
dioses ajenos, que no conociste, y sirvámosles; no darás oído a las palabras de
tal profeta, ni al tal soñador de sueños; porque Jehová vuestro Dios os está
probando, para saber si amáis a Jehová vuestro Dios con todo vuestro corazón, y
con toda vuestra alma. En pos de Jehová vuestro Dios andaréis; a él temeréis,
guardaréis sus mandamientos y escucharéis su voz, a él serviréis, y a él
seguiréis (Dt 13: 1-4).
Profeta de en medio de ti, de tus
hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis; conforme a todo lo
que pediste a Jehová tu Dios en Horeb el día de la asamblea, diciendo: No
vuelva yo a oír la voz de Jehová mi Dios, ni vea yo más este gran fuego, para
que no muera. Y Jehová me dijo: Han hablado bien en lo que han dicho. Profeta
les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su
boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare.
Mas a cualquiera que no oyere mis
palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta. El profeta que
tuviere la presunción de hablar palabra en mi nombre, a quien yo no le haya
mandado hablar, o que hablare en nombre de dioses ajenos, el tal profeta morirá.
Y si dijeres en tu corazón: ¿Cómo conoceremos la palabra que Jehová no ha
hablado?; si el profeta hablare en nombre de Jehová, y no se cumpliere lo que
dijo, ni aconteciere, es palabra que Jehová no ha hablado; con presunción la
habló el tal profeta; no tengas temor de él (Dt 18: 15-22).
Deuteronomio cita tres casos de
instigación a la idolatría, primero, en
los vv. 1-5, por el falso profeta; segundo,
en los vv. 6-11, por un individuo aislado; y, tercero, por una ciudad,
vv. 12-18. El castigo en cada caso fue la muerte sin misericordia. Para la
mente moderna, esto parece drástico. ¿Por qué la pena de muerte por la
idolatría?
Si la idolatría no tiene
importancia para el hombre, que se imponga un castigo por ella es espantoso.
Pero el hombre moderno no hace objeciones a la pena de muerte por crímenes
contra el estado, o contra «el pueblo», o contra «la revolución», porque estas
cosas son importantes para él.
La pena de muerte no se requiere
aquí por creencia privada: es por los intentos de subvertir a otros y subvertir
el orden social seduciendo a otros a la idolatría. Debido a que el fundamento
de la ley bíblica es el único Dios verdadero, la ofensa central es por
consiguiente traición a ese Dios en forma de idolatría. Todo orden ley tiene su
concepto de traición. Ningún orden ley puede permitir un ataque a sus cimientos
sin suicidarse. Los estados que aducen abolir la pena de muerte siguen
reteniéndola por completo para crímenes contra el estado. Los fundamentos de un
orden ley se deben proteger.
Las ofensas criminales siempre exigen un castigo. La
pregunta crítica en cualquier sociedad es ésta: ¿a quién se debe castigar? La
ley bíblica declara que debe prevalecer la restitución: si un hombre roba $100,
debe restaurar los $100 más otros $100; se castiga al delincuente. En ciertos
crímenes, su restitución es su propia muerte.
En la sociedad humanista moderna,
se penaliza a la víctima. No hay restitución, y hay un castigo cada vez más
leve para el delincuente. Sin restitución, el delito se vuelve potencialmente
lucrativo, y el estado penaliza a la víctima. La víctima es penalizada por el
delito, por los costos de la corte, y los costos de prisión que se reflejan en
los impuestos.
Pero el delito siempre cobra una
pena por encima y más allá de los individuos que intervienen como víctimas y
delincuentes. Se rompe el orden ley; se rompe la paz y la salud de la sociedad.
Una sociedad que tolera atentados contra sí misma y contra los ciudadanos que
cumplen la ley es una sociedad peligrosa y agonizante.
Básico para la salud de una
sociedad es la integridad de sus fundamentos. Permitir que se altere sus
fundamentos es permitir una rebelión total. La ley bíblica no puede permitir la
propagación de la idolatría, como el marxismo no puede permitir la
contrarrevolución, ni una monarquía un movimiento para ejecutar al rey, ni una
república un intento de destruir la república y producir una dictadura.
Se debe notar que Deuteronomio
13: 5-18 no pide la pena de muerte por incredulidad o herejía. Condena a los
falsos profetas (vv. 1-5) que con señales y prodigios tratan de llevar al
pueblo a la idolatría. Condena a los individuos que en secreto tratan de
empezar un movimiento hacia la idolatría (vv. 6-11). Condena a las ciudades que
establecen otra religión y subvierten el orden ley de la nación (vv. 13-18), y
el hombre debe imponer esta condenación para alejar el castigo de Dios (v. 17).
Esta condenación no se aplica a
una situación misionera, donde el país es contrario a Dios; es una cuestión de
conversión. Exige a la nación basada en un sistema ley de Dios que preserve ese
orden y que castigue la traición básica contra ella. Ninguna sociedad escapa a
la prueba, y Dios prueba al hombre con estos retos, para ver si el hombre sigue
los términos del orden de Dios o no (v. 3).
Después de habérselas con los
falsos profetas, o sea, falsos mediadores, la ley se vuelve al único verdadero
Mediador: Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará
Jehová tu Dios; a él oiréis (Dt 18: 15).
Este profeta y su obra se describen
en los vv. 15-19. Los hombres deben obedecerlo, o de lo contrario el Señor se
los cobrará (v. 19). El comentario de Waller respeto al profeta es bien bueno: La
relación entre estos versículos y los precedentes la ilustra bien la pregunta de
Isaías (cap. 8:19): «Y si os dijeren: Preguntad a los encantadores y a los adivinos,
que susurran hablando, responded: ¿No consultará el pueblo a su Dios?
¿Consultará a los muertos por los vivos?» O, como el ángel dijo la frase en la
mañana de resurrección, « ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?».
Según Calvino, «la expresión “un
profeta”, se aplica por enálage a varios profetas. De ningún modo más correcta
es su opinión, que se aplica solo a Cristo».
Claramente, este pasaje no se
refiere a los profetas en general, y en los vv. 20-22, se identifica al falso
profeta y se le llama presuntuoso: «No tengas temor de él».
El término, sin embargo, igual de
claro y de forma más obvia, se aplica al gran Profeta y Mediador, que está en
contra de los muchos falsos mediadores. Todos los profetas son portavoces de
aquel Profeta que habla la palabra del Señor. Puesto que solo hay un Dios
verdadero, hay una palabra y un portavoz. Todos los profetas fueron portavoces
del Profeta, Jesucristo, la segunda persona de la Trinidad.
El mandamiento es «No tendrás
dioses ajenos delante de mí». En nuestro mundo politeísta, los muchos otros
dioses son las muchas personas: todo hombre es su propio Dios. Todo hombre bajo
la ideología humanista es su propia ley y su propio universo. El anarquismo es
el credo personal, y el estatismo totalitario el credo social, puesto que solo
la coacción, en un mundo politeísta, une a los hombres.
Durante la reciente ocupación de
la Sorbona un estudiante borró un gran letrero de «No fumar» cerca de la entrada
al auditorio y escribió: «Tienes el derecho de fumar». A su debido tiempo otro
estudiante añadió: «Se prohíbe prohibir». Este eslogan ha cundido y ahora
aparece en muchos lugares que los estudiantes controlan. En letras de más de un
metro en el gran salón de la
Sorbona alguien ha escrito: «Creo
que mis deseos son la verdad porque creo en la verdad de mis deseos».
Estos estudiantes sin ley, a la
vez que afirman que nadie tiene el derecho de prohibirles nada, de
coaccionarlos a conducta alguna, se inclinan a coaccionar a una nación entera.
Total anarquía quiere decir coacción total. Esto es adoración a Moloc con
venganza: hay que sacrificar a toda la sociedad para satisfacer a estos modernos
adoradores de la destrucción.
La rebelión estudiantil es el
clímax apropiado para la educación estatista. Entregar a los hijos al estado es
entregarlos al enemigo. Para los hijos entregados, como los nuevos jenízaros de
los nuevos turcos, convertir la sociedad que los engendró y destruirla es un
castigo de la adoración a Moloc de sus ancianos. Tener otros dioses y otras
leyes, otras escuelas, y otras esperanzas aparte del único Dios verdadero es
pedir que caiga todo el peso de la ley como castigo.
Nuestra cultura hoy se parece a
la leyenda de Empédocles, el filósofo griego: Incluso en vida, Empédocles fue
una figura carismática. Diódoro lo describe como coronado de laurel, vestido de
púrpura como un dios, y con sandalias de oro. Enseñaba que las más altas formas
de vida humana, las más cercanas a lo divino, eran el profeta y el médico.
Él era ambas cosas. Como mito
vivo, atrajo la leyenda. El más espectacular de los relatos sin respaldo es el
cuento de su muerte en un salto suicida al cráter del Aetna: inmolación en la
esperanza de convertirse en dios, o por lo menos de que se le adorara como a un
dios. La montaña, se dice, más tarde devolvió una sandalia de oro.
Como el legendario Empédocles de
la antigüedad, nuestro mundo actual trata de convertirse en dios inmolándose.