3. DIOS VERSUS. MOLOC

INTRODUCCIÓN

Calvino, en su excelente clasificación de la ley en sus Comentarios de los cuatro últimos libros de Moisés arreglados en forma de armonía, cita Deuteronomio 18: 9-22; 13: 1-4; Levítico 18:21; 19:26, 31; y Deuteronomio 12: 29-32 como básicos para el primer mandamiento. Estos pasajes tienen que ver con el esfuerzo del hombre de conocer y controlar el futuro. Puesto que Dios es el Señor, Hacedor del cielo y de la tierra, y el que determina todas las cosas, todo esfuerzo por conocer y controlar el futuro fuera de Dios es levantar otro dios en desprecio al Señor. Moisés cita todas las formas ilícitas de adivinar el futuro:
Cuando entres a la tierra que Jehová tu Dios te da, no aprenderás a hacer según las abominaciones de aquellas naciones. No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas, y por estas abominaciones Jehová tu Dios echa estas naciones de delante de ti. Perfecto serás delante de Jehová tu Dios.
Porque estas naciones que vas a heredar, a agoreros y a adivinos oyen; mas a ti no te ha permitido esto Jehová tu Dios (Dt 18: 9-14).
Y no des hijo tuyo para ofrecerlo por fuego a Moloc; no contamines así el nombre de tu Dios. Yo Jehová (Lv 18:21).
No comeréis cosa alguna con sangre. No seréis agoreros, ni adivinos (Lv 19: 26).
No os volváis a los encantadores ni a los adivinos; no los consultéis, contaminándoos con ellos. Yo Jehová vuestro Dios (Lv 19: 31).
Cuando Jehová tu Dios haya destruido delante de ti las naciones adonde tú vas para poseerlas, y las heredes, y habites en su tierra, guárdate que no tropieces yendo en pos de ellas, después que sean destruidas delante de ti; no preguntes acerca de sus dioses, diciendo: De la manera que servían aquellas naciones a sus dioses, yo también les serviré.
No harás así a Jehová tu Dios; porque toda cosa abominable que Jehová aborrece, hicieron ellos a sus dioses; pues aun a sus hijos y a sus hijas quemaban en el fuego a sus dioses. Cuidarás de hacer todo lo que yo te mando; no añadirás a ello, ni de ello quitarás (Dt 12: 29-32).
El comentario de Calvino sobre Deuteronomio 18: 9-14 va al meollo del asunto: Moisés deja bien claro en este pasaje lo que es tener otros dioses, es decir, mezclar la adoración de Dios con cosas profanas, puesto que su pureza se mantiene solo al expulsar de ella toda superstición foránea. La suma, por consiguiente, es que el pueblo de Dios debe abstenerse de todas las invenciones de los hombres, por las que se adultera la religión pura y sencilla.
Igualmente de pertinente es la observación de otro comentarista: Moisés agrupa todas las palabras que el lenguaje contenía sobre los diferentes modos de explorar el futuro y descubrir la voluntad de Dios, con el propósito de prohibir toda forma de adivinación, y pone la prohibición de la adoración a Moloc a la cabeza, para mostrar la conexión interna entre la adivinación y la idolatría, posiblemente debido a que el pasar a los hijos por fuego en el culto a Moloc estaba más íntimamente vinculado con la adivinación y la magia que cualquier otra forma de idolatría.
Se cita una amplia variedad de prácticas. Un «encantador» es alguien que susurra o que encanta serpientes; un brujo, alguien que usa augurios o conjuros; un mago, es el que aduce conocer los secretos del otro mundo; el que consulta a los muertos, es el que dice hablar con los muertos, y así por el estilo. Pero el mal clave es la adoración a Moloc.
La palabra Moloc (o Melec, Melek, Malic), quiere decir rey, y es una pronunciación equívoca del nombre de un pagano, en la que se retenían las consonantes de rey y se usaban las vocales de la palabra vergüenza. Se hacía sacrificios humanos a este dios, al que se le identifica como el dios de Amón en 1ª Reyes 11: 7, 33. Hay referencias a Moloc en Jeremías 49: 1, 3; Amós 1: 15; Sofonías 1:5; Levítico 18: 21; 20: 2-5; 2ª Reyes 23: 10; Jeremías 32:35, etc., y el lugar de adoración a Moloc en Israel era el valle de Hinón (Jer 32: 35; 2ª R 23: 10). La adoración a Moloc no se limitaba a Amón.
Moloc es «el rey» o «la realeza». El nombre de Moloc también se da como Milcom, (1ª R 6: 5, 33; Jer 49: 1, 3; Sof 1: 5). Moloc era una faceta de Baal (Jer 32:35), y Baal quiere decir señor. Bajo el nombre de Melcart, rey de Tiro, se adoraba a Baal con sacrificios humanos en Tiro.
Se conoce relativamente poco de Moloc. Mucho más se sabe del concepto de la realeza divina: el rey como dios, y el dios como rey, como enlace humano y divino entre el cielo y la tierra. El dios rey representaba al hombre en una escala más alta, el hombre ascendido, y la adoración de tal dios, o sea, de tal Baal, era la aseveración de la continuidad del cielo y la tierra. Era la creencia de que todos los seres eran un solo ser, y que el dios por consiguiente era un hombre ascendido en esa escala de ser. El poder manifestado en el orden político era pues una manifestación o aprehensión y apoderamiento del poder divino. Representaba el triunfo de un hombre y su pueblo. La adoración a Moloc, pues, era una religión política.
Puesto que Moloc representaba realeza y poder, los sacrificios a Moloc representaban la adquisición, por lo menos, de inmunidad como seguro y protección, y, en su instancia más elevada, de poder. Los sacrificios «más altos» del paganismo, y especialmente en la adoración a Baal, eran sacrificios de la humanidad, o sea, automutilaciones, notablemente el castrado, el sacrificio de los hijos y de la descendencia, y cosas parecidas.
El sacerdote llegó a identificarse con el dios al grado en que «se apartaba» de la humanidad mediante su castración, su separación de las relaciones humanas normales, y sus anormalidades. El rey llegaba a identificarse con el dios al grado en que manifestaba poder absoluto. El sacrificio de niños era el sacrificio supremo a Moloc. La adoración a Moloc entró en Israel cuando Salomón edificó un altar a Moloc para sus esposas extranjeras, las amonitas en particular.
Al parecer, Salomón limitó el alcance sacrificial de ese altar, porque muchas generaciones pasaron antes del primer sacrificio humano, pero el acto de Salomón (1ª R 11: 7, 8) había introducido en Israel el culto.
La adoración a Moloc era por tanto adoración al estado. El estado era el orden verdadero y supremo, y la religión era un departamento del estado. El estado demandaba total jurisdicción sobre el hombre; tenía, por consiguiente, derecho al sacrificio total. T. Robert Ingram, en su excelente estudio de la ley casi el único trabajo meritorio sobre la ley en generaciones, correctamente vincula el primer mandamiento a la prohibición del estatismo y el totalitarismo.
Hablando del «gobierno que se arroga todo el poder y no se postra ante nadie», Ingram comenta: La palabra moderna que encaja con tal gobierno es totalitario: un gobierno que se arroga poder total. La meta cúspide de Satanás es tener un gobierno mundial totalitario. Nosotros, que hemos conocido algo del Dios Creador sabemos que el poder total puede residir solo en él. Claro, el hacedor de todo es mayor que todo lo que hace.
La misma posibilidad de un monstruo Frankenstein, una creación de manos humanas que pueda destruir a los humanos y no ser destruida por ellos, es una imagen falsa de una razón distorsionada. Presupone un genio sobrenatural perverso que engaña a los hombres haciéndoles pensar que han hecho algo cuando en realidad no han sido sino agentes pasivos de un poder desconocido. El alfarero puede hacer lo que quiere con su barro.
Es cierto que lo máximo en supremacía, el poder más grande que hay, es el poder de dar existencia a todo lo que es. Solo Dios no le debe su existencia a nadie y tiene existencia eterna en sí mismo. La sola posibilidad de un poder total que reside en alguna parte nos obliga a reconocerlo en el Creador. El poder total no puede ubicarse en ninguna otra parte.
Cualquier persona que rehúsa reconocer que todas las cosas fueron hechas (y de aquí que hay un Hacedor) descarta toda consideración del hecho de que el poder total existe en alguna parte. Por tanto podemos decir que lo mismo para los cristianos que para los que no son cristianos no hay una manera razonable de establecer poder total en otra parte que no sea en el Creador de todas las cosas. Aparte de él, todo poder es dividido y por consiguiente limitado.
El que un estado se adjudique jurisdicción total, como lo hace el estado moderno, es aducir ser como dios, ser el gobernador total del hombre y del mundo.
En lugar de ley limitada y jurisdicción limitada, el estado anticristiano moderno demanda jurisdicción de la cuna al sepulcro, del vientre a la tumba, sobre beneficencia, educación, adoración, familia, negocios y agricultura, capital y mano de obra, y todo lo demás. El estado moderno es un Moloc que exige adoración a Moloc, que demanda jurisdicción total sobre el hombre y por tanto sacrificio total.
Pero, como Ingram observa, con respecto a la adoración, «solo el poder que hay que adorar puede ordenar la manera en que se le debe adorar». De modo similar, solo el poder que es supremo tiene el derecho de ser la fuente de la ley.
Dios es la única fuente verdadera de la ley; el estado es una agencia de ley, una agencia entre muchas (iglesia, escuela, familia, etc.), y tiene un aspecto específico y limitado de ley para administrarla bajo Dios. El Estado Moloc niega tales límites: insiste en imponer impuestos a voluntad, en expropiar a gusto mediante «dominio eminente», y se arroga el derecho de obligar a la juventud a la guerra y a la muerte a voluntad del estado.
El Estado Moloc es producto de la apostasía. Cuando un pueblo rechaza a Dios como Rey, y hace de un hombre o un estado su rey (1ª S 8: 7-9), Dios declara las consecuencias:
Así hará el rey que reinará sobre vosotros: tomará vuestros hijos, y los pondrá en sus carros y en su gente de a caballo, para que corran delante de su carro; y nombrará para sí jefes de miles y jefes de cincuentenas; los pondrá asimismo a que aren sus campos y sieguen sus mieses, y a que hagan sus armas de guerra y los pertrechos de sus carros.
Tomará también a vuestras hijas para que sean perfumadoras, cocineras y amasadoras. Asimismo tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y de vuestros olivares, y los dará a sus siervos. Diezmará vuestro grano y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus siervos. Tomará vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros mejores jóvenes, y vuestros asnos, y con ellos hará sus obras. Diezmará también vuestros rebaños, y seréis sus siervos. Y clamaréis aquel día a causa de vuestro rey que os habréis elegido, mas Jehová no os responderá en aquel día (1ª S 8: 11-18).
Varios aspectos del estado que rechaza a Dios se citan aquí: Primero, se instituirá e impondrá una conscripción militar antibíblica. Segundo, habrá batallones de trabajo obligatorio conscriptos para el servicio del estado. Tercero, la conscripción será de hombres y mujeres jóvenes, y también de animales. Cuarto, el estado confiscará la propiedad de tierra y de ganado. Quinto, debido a que el estado está ahora haciendo de dios y rey, exigirá como Dios un diezmo, una décima parte de la ganancia del hombre como impuestos. Sexto, Dios no oirá a un pueblo que se queje por pagar el precio de sus pecados.
Todas estas condiciones las cumplen y supera el Estado Moloc moderno, que rehúsa contentarse con un diezmo sino que exige un impuesto igual a varios diezmos.
En algunos países, el impuesto local exigido es una apropiación increíble. Así, el finado Luigi Einaudi, el más destacado economista de Italia y ex presidente de la república, calculó que, si todo el impuesto consignado en los libros de estatutos fuera recaudado, el estado absorbería el 110% del ingreso nacional».
El Estado Moloc representa el esfuerzo supremo del hombre por controlar el futuro, predestinar al mundo y ser como Dios. Aun los esfuerzos menores adivinación, búsqueda de espíritus, magia, y hechicería son igualmente anatema para Dios. Todo eso representa esfuerzos de tener el futuro en términos diferentes a los de Dios, tener un futuro aparte de Dios y en desafío a Dios. Son afirmaciones de que el mundo no es de Dios sino del poder de facto, y que el hombre puede de alguna manera dominar al mundo y al futuro yendo directamente a la materia prima del mismo.
En este sentido, el rey Saúl por fuera se conforma a la ley de Dios al abolir todas las artes ocultas, pero, cuando enfrenta una crisis, acude a la hechicera de Endor (1ª S 28). Saúl sabía cómo estaba ante Dios: en rebelión e impenitente. Sabía además lo que decía la ley y el profeta Samuel en cuanto a él (1ª S 15: 10-35). Samuel vivo le había declarado el futuro divino.
Al acudir a la hechicera de Endor, Saúl intentó hablar con Samuel muerto, con la fe y esperanza de que Samuel muerto estuviera en contacto e informado respecto a un mundo de poderes fácticos fuera de Dios que pudiera ofrecerle un futuro libre de Dios, y libre de la ley. Pero la palabra de la tumba solo subraya la palabra ley de Dios (1ª S 28: 15-19). Fue una palabra condenatoria.
Hay que incluir la astrología en los esfuerzos impíos que no pueden apagar ni soslayar el juicio (Is 47: 10-14).
En Levítico 19:26, se prohíbe la adivinación y la hechicería en la misma frase junto a comer sangre. La definición de Davis del significado de la sangre en la Biblia merece que se cite en pleno como una declaración sucinta del asunto: SANGRE. Fluido vital que circula por el cuerpo, llevado por un sistema de arterias profundas desde el corazón a las extremidades, y por un sistema de venas superficiales de regreso al corazón.
La vida está en la sangre (Lv 17: 11, 14): o la sangre es la vida (Dt 1: 23), aunque no exclusivamente (Sal 104: 30). La sangre representa la vida, y tan sagrada es la vida delante de Dios que se pudo decir que la sangre del asesinado Abel clamaba a Dios por venganza desde la tierra (Gn 4: 10); e inmediatamente después del diluvio se prohíbe que se coma la sangre de los animales inferiores, aunque se autoriza matarlos para comer (9: 3, 4; Hch 15: 20, 29), y se establece la ley: «El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada» (Gn 9: 6). La pérdida de la vida es el castigo del pecado, y el derramamiento de sangre vicario típico era necesario para remisión (Heb 9:22). Por eso, bajo la ley mosaica se usaba la sangre de animales en todas las ofrendas por el pecado, y la sangre de las bestias que se mataban en las cacerías o sacrificadas para alimento se derramaba y se cubría con tierra, porque Dios la prohibió como consumo del hombre y la reservó para propósitos de expiación (Lv 17: 10-14; Dt 1: 15, 16).
La «sangre de Jesús», la «sangre de Cristo», la «sangre de Jesucristo» y «la sangre del Cordero», son expresiones figuradas de su muerte expiatoria (1ª Co 10: 16; Ef 2: 13; Heb 9: 14; 10: 19; 1ª P 1:2, 19; 1ª Jn 1: 7; Ap 7: 14; 12: 11).
Puesto que la vida la da Dios y se debe vivir solo en sus términos, ninguna vida de hombre o bestias se puede quitar excepto en los términos de Dios, sea por el estado, por el hombre para comer, o por el hombre en defensa propia. Querer gobernar o quitar la vida aparte de lo que permite Dios, y aparte de su servicio, es intentar gobernar el mundo y el futuro aparte de Dios.
Por esta razón Levítico 19: 26 pone el comer sangre, la adivinación y la hechicería en el mismo nivel como el mismo pecado en esencia. Deuteronomio 18: 13 ordena: «Perfecto serás (o «irreprensible», NVI, «totalmente fiel», PDT, «intachable», LBLA) delante de Jehová tu Dios». Esto es parte del mandamiento repetido a menudo: «Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios» (Lv 19: 2; 11: 44; Éx 19: 6; Lv 20: 7, 26; 1ª Ts 4: 7; 1ª P 1: 15, 16, etc.).
Ser santo quiere decir estar separado, o sea, separado de un uso común para un uso sagrado. Los utensilios y vasijas del santuario, los ministros y ciertos días fueron separados para el servicio de Dios y por consiguiente eran santos (Éx 20: 8; 30: 31; 31: 10, 11; Nm 5: 17; Zac 14: 21). La contaminación debido a la falta de separación podía ser ceremonial o física (Éx 22:31; Lv 20:26), o podía ser espiritual y moral (2 Co 7:1; 1 Ts 4:7; Lv 20:6, 7; 21:6).
La santidad de Dios es su separación de todo ser creado como el ser no creado y creador, infinito en sabiduría, poder, justicia, bondad, verdad y gloria. La verdadera santidad del hombre es la separación del hombre para Dios en fe y obediencia a la ley de Dios. La ley es así el camino especificado de santidad.

LA ADORACIÓN A MOLOC BUSCA UNA FORMA NO TEÍSTA, NO BÍBLICA, DE ALCANZAR SANTIDAD.

Procura erigirse como poder y gloria mediante sacrificios diseñados para trascender la humanidad. San Pablo señal ó algunas de estas maneras de santidad falsa como «prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad porque por la palabra de Dios y por la oración es santificado» (1ª Ti 4: 3, 5).
Muy a menudo, las sociedades han sacrificado hombres a fin de dedicar y santificar un edificio, para darle poder. Escribiendo en 1909, Lawson informó en su estudio del persistente paganismo en Grecia: «…se informó de Zacintos apenas hace una generación que un fuerte sentimiento todavía existía allí a favor de sacrificar a un mahometano o un judío en el cimiento de puentes importantes y otros edificios; y hay una leyenda de un negro al que en efecto se emparedó en el puente de un acueducto cerca de Lebadea en Beocia». Strack, al refutar todo ritual racial de sangre entre los judíos, llamó la atención a las abundantes evidencias de sacrificios humanos supersticiosos y sacrificios animales en la Europa moderna.
Los esfuerzos del hombre para controlar el mundo y ser la fuente de la predestinación también conducen a falsos profetas. La ley que gobierna esto declara: Cuando se levantare en medio de ti profeta, o soñador de sueños, y te anunciare señal o prodigios, y si se cumpliere la señal o prodigio que él te anunció, diciendo: Vamos en pos de dioses ajenos, que no conociste, y sirvámosles; no darás oído a las palabras de tal profeta, ni al tal soñador de sueños; porque Jehová vuestro Dios os está probando, para saber si amáis a Jehová vuestro Dios con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma. En pos de Jehová vuestro Dios andaréis; a él temeréis, guardaréis sus mandamientos y escucharéis su voz, a él serviréis, y a él seguiréis (Dt 13: 1-4).
Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis; conforme a todo lo que pediste a Jehová tu Dios en Horeb el día de la asamblea, diciendo: No vuelva yo a oír la voz de Jehová mi Dios, ni vea yo más este gran fuego, para que no muera. Y Jehová me dijo: Han hablado bien en lo que han dicho. Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare.
Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta. El profeta que tuviere la presunción de hablar palabra en mi nombre, a quien yo no le haya mandado hablar, o que hablare en nombre de dioses ajenos, el tal profeta morirá. Y si dijeres en tu corazón: ¿Cómo conoceremos la palabra que Jehová no ha hablado?; si el profeta hablare en nombre de Jehová, y no se cumpliere lo que dijo, ni aconteciere, es palabra que Jehová no ha hablado; con presunción la habló el tal profeta; no tengas temor de él (Dt 18: 15-22).
Deuteronomio cita tres casos de instigación a la idolatría, primero, en los vv. 1-5, por el falso profeta; segundo, en los vv. 6-11, por un individuo aislado; y, tercero, por  una ciudad, vv. 12-18. El castigo en cada caso fue la muerte sin misericordia. Para la mente moderna, esto parece drástico. ¿Por qué la pena de muerte por la idolatría?
Si la idolatría no tiene importancia para el hombre, que se imponga un castigo por ella es espantoso. Pero el hombre moderno no hace objeciones a la pena de muerte por crímenes contra el estado, o contra «el pueblo», o contra «la revolución», porque estas cosas son importantes para él.
La pena de muerte no se requiere aquí por creencia privada: es por los intentos de subvertir a otros y subvertir el orden social seduciendo a otros a la idolatría. Debido a que el fundamento de la ley bíblica es el único Dios verdadero, la ofensa central es por consiguiente traición a ese Dios en forma de idolatría. Todo orden ley tiene su concepto de traición. Ningún orden ley puede permitir un ataque a sus cimientos sin suicidarse. Los estados que aducen abolir la pena de muerte siguen reteniéndola por completo para crímenes contra el estado. Los fundamentos de un orden ley se deben proteger.
Las ofensas criminales siempre exigen un castigo. La pregunta crítica en cualquier sociedad es ésta: ¿a quién se debe castigar? La ley bíblica declara que debe prevalecer la restitución: si un hombre roba $100, debe restaurar los $100 más otros $100; se castiga al delincuente. En ciertos crímenes, su restitución es su propia muerte.
En la sociedad humanista moderna, se penaliza a la víctima. No hay restitución, y hay un castigo cada vez más leve para el delincuente. Sin restitución, el delito se vuelve potencialmente lucrativo, y el estado penaliza a la víctima. La víctima es penalizada por el delito, por los costos de la corte, y los costos de prisión que se reflejan en los impuestos.
Pero el delito siempre cobra una pena por encima y más allá de los individuos que intervienen como víctimas y delincuentes. Se rompe el orden ley; se rompe la paz y la salud de la sociedad. Una sociedad que tolera atentados contra sí misma y contra los ciudadanos que cumplen la ley es una sociedad peligrosa y agonizante.
Básico para la salud de una sociedad es la integridad de sus fundamentos. Permitir que se altere sus fundamentos es permitir una rebelión total. La ley bíblica no puede permitir la propagación de la idolatría, como el marxismo no puede permitir la contrarrevolución, ni una monarquía un movimiento para ejecutar al rey, ni una república un intento de destruir la república y producir una dictadura.
Se debe notar que Deuteronomio 13: 5-18 no pide la pena de muerte por incredulidad o herejía. Condena a los falsos profetas (vv. 1-5) que con señales y prodigios tratan de llevar al pueblo a la idolatría. Condena a los individuos que en secreto tratan de empezar un movimiento hacia la idolatría (vv. 6-11). Condena a las ciudades que establecen otra religión y subvierten el orden ley de la nación (vv. 13-18), y el hombre debe imponer esta condenación para alejar el castigo de Dios (v. 17).
Esta condenación no se aplica a una situación misionera, donde el país es contrario a Dios; es una cuestión de conversión. Exige a la nación basada en un sistema ley de Dios que preserve ese orden y que castigue la traición básica contra ella. Ninguna sociedad escapa a la prueba, y Dios prueba al hombre con estos retos, para ver si el hombre sigue los términos del orden de Dios o no (v. 3).
Después de habérselas con los falsos profetas, o sea, falsos mediadores, la ley se vuelve al único verdadero Mediador: Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis (Dt 18: 15).
Este profeta y su obra se describen en los vv. 15-19. Los hombres deben obedecerlo, o de lo contrario el Señor se los cobrará (v. 19). El comentario de Waller respeto al profeta es bien bueno: La relación entre estos versículos y los precedentes la ilustra bien la pregunta de Isaías (cap. 8:19): «Y si os dijeren: Preguntad a los encantadores y a los adivinos, que susurran hablando, responded: ¿No consultará el pueblo a su Dios? ¿Consultará a los muertos por los vivos?» O, como el ángel dijo la frase en la mañana de resurrección, « ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?».
Según Calvino, «la expresión “un profeta”, se aplica por enálage a varios profetas. De ningún modo más correcta es su opinión, que se aplica solo a Cristo».
Claramente, este pasaje no se refiere a los profetas en general, y en los vv. 20-22, se identifica al falso profeta y se le llama presuntuoso: «No tengas temor de él».
El término, sin embargo, igual de claro y de forma más obvia, se aplica al gran Profeta y Mediador, que está en contra de los muchos falsos mediadores. Todos los profetas son portavoces de aquel Profeta que habla la palabra del Señor. Puesto que solo hay un Dios verdadero, hay una palabra y un portavoz. Todos los profetas fueron portavoces del Profeta, Jesucristo, la segunda persona de la Trinidad.
El mandamiento es «No tendrás dioses ajenos delante de mí». En nuestro mundo politeísta, los muchos otros dioses son las muchas personas: todo hombre es su propio Dios. Todo hombre bajo la ideología humanista es su propia ley y su propio universo. El anarquismo es el credo personal, y el estatismo totalitario el credo social, puesto que solo la coacción, en un mundo politeísta, une a los hombres.
Durante la reciente ocupación de la Sorbona un estudiante borró un gran letrero de «No fumar» cerca de la entrada al auditorio y escribió: «Tienes el derecho de fumar». A su debido tiempo otro estudiante añadió: «Se prohíbe prohibir». Este eslogan ha cundido y ahora aparece en muchos lugares que los estudiantes controlan. En letras de más de un metro en el gran salón de la
Sorbona alguien ha escrito: «Creo que mis deseos son la verdad porque creo en la verdad de mis deseos».
Estos estudiantes sin ley, a la vez que afirman que nadie tiene el derecho de prohibirles nada, de coaccionarlos a conducta alguna, se inclinan a coaccionar a una nación entera. Total anarquía quiere decir coacción total. Esto es adoración a Moloc con venganza: hay que sacrificar a toda la sociedad para satisfacer a estos modernos adoradores de la destrucción.
La rebelión estudiantil es el clímax apropiado para la educación estatista. Entregar a los hijos al estado es entregarlos al enemigo. Para los hijos entregados, como los nuevos jenízaros de los nuevos turcos, convertir la sociedad que los engendró y destruirla es un castigo de la adoración a Moloc de sus ancianos. Tener otros dioses y otras leyes, otras escuelas, y otras esperanzas aparte del único Dios verdadero es pedir que caiga todo el peso de la ley como castigo.
Nuestra cultura hoy se parece a la leyenda de Empédocles, el filósofo griego: Incluso en vida, Empédocles fue una figura carismática. Diódoro lo describe como coronado de laurel, vestido de púrpura como un dios, y con sandalias de oro. Enseñaba que las más altas formas de vida humana, las más cercanas a lo divino, eran el profeta y el médico.
Él era ambas cosas. Como mito vivo, atrajo la leyenda. El más espectacular de los relatos sin respaldo es el cuento de su muerte en un salto suicida al cráter del Aetna: inmolación en la esperanza de convertirse en dios, o por lo menos de que se le adorara como a un dios. La montaña, se dice, más tarde devolvió una sandalia de oro.

Como el legendario Empédocles de la antigüedad, nuestro mundo actual trata de convertirse en dios inmolándose.